El Antiguo Testamento contiene un caudal de
información que debiéramos usar en nuestra vida. Sobre la nación de Israel
cayeron maldiciones, hambre y destrucción cuando se apartaron de lo dicho por
el Señor. Lo mismo está ocurriendo en la vida de los cristianos hoy. Ya no estamos bajo la ley dada a
Moisés. Jesucristo cumplió la ley y nos hizo libres bajo el nuevo pacto en su
sangre. (Véanse Gálatas 4:5; Mateo
5:17,18.) No obstante, los principios espirituales prescritos para
los hijos de Israel siguen siendo válidos para nuestra vida hoy. La adoración a
los demonios y el ocultismo nos rodean, como ocurría con los israelitas en la
tierra de Canaán. Satanás no ha cambiado. Lo que él y sus seguidores han hecho
es cubrirse con un sutil disfraz para tratar de evitar que los reconozcamos.
Por lo tanto, haremos bien en poner atención a la siguiente orden que Dios dio
a los líderes de los hijos de Israel:
Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia
entre lo santo y lo profano, y les enseñarán a discernir entre lo limpio y lo
no limpio. (Ezequiel 44:23)
Lamentablemente, hemos descubierto que son
muy pocos los cristianos que tienen algún conocimiento de esto que el Señor
llama no limpio. Por lo tanto, sus vidas y sus hogares están atestados de cosas
inmundas que permiten que las maldiciones actúen en la vida de ellos.
Moisés enseñó a los hijos de Israel la
diferencia entre lo santo y lo profano. Y fue este conocimiento el que les
permitió saber qué cosas les traerían bendiciones o maldiciones.
“Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida
y el bien, la muerte y el mal. A los cielos y a la tierra llamo por testigos
hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu
descendencia. (Deuteronomio 30:15,19)
Está claro que el éxito y la bendición, o el
fracaso y la maldición, en nuestra vida, dependerán del conocimiento que
tengamos de las enseñanzas del Señor.
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