En el capítulo 7 del libro de Josué,
encontramos un ejemplo detallado de cómo Satanás puede tener el derecho legal
de atacarnos, aunque personalmente no tengamos conocimiento de sus artimañas.
Pero recordemos la historia de los hijos de Israel antes que se produjera el
hecho registrado en Josué. Moisés los había sacado de Egipto y habían andado
errantes por el desierto durante cuarenta años. Moisés había muerto y el Señor
había dado a Josué el liderazgo sobre los hijos de Israel. Dios realizó un
milagro y dividió las aguas del río Jordán para que el pueblo pudiera
atravesarlo. Dios les había prometido a Josué y a los hijos de Israel que El
pelearía las batallas por ellos y que les daría la victoria. Pero esta era una
promesa condicional.
La condición puesta por Dios fue que
obedecieran a sus mandamientos.
La primera ciudad que debían conquistar era
Jericó. Desde el punto de vista militar, esta era una de las ciudades más
poderosas del mundo civilizado de ese tiempo. Estaba fortificada en extremo.
Humanamente hablando, los hijos de Israel no tenían la esperanza de tomarla.
Pero como dice la historia que ya conoce, los muros de Jericó cayeron y la
ciudad fue tomada gracias al poder milagroso de Dios. Con toda claridad el Señor
había ordenado a los hijos de Israel no tomar nada de Jericó para sí mismos.
Dicho de otra manera, no debían tomar ningún botín.
Veamos ahora lo que dice el capítulo 7
de Josué:
Pero
los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque
Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del
anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel. (Josué 7:1)
El resto del pueblo de Israel no sabía que
Acán había pecado. Nadie lo sabía, excepto Dios. ¿Y quién más? Satanás, por
supuesto. No podernos
ocultarle a Dios nuestros pecados mentales porque El conoce nuestro corazón y nuestra mente (véanse 1 Samuel 16:7; 1 Crónicas 28:9; Romanos 8:27; Hebreos
4:12), aun cuando nadie
más los sepa. Sin embargo, una vez que convertimos en acciones esos
pensamientos, no importa la cautela con que lo hagamos, no podemos esconder
nuestro pecado de Dios o del diablo.
La siguiente acción militar de los israelitas
sería contra la pequeña población de Hai. Los líderes tuvieron antes una
reunión para planificar la estrategia, y se dijeron unos a otros: “Los hombres
están cansados tras haber tomado Jericó. No hay necesidad de fatigarlos a
todos. Enviemos sólo a nuestros hombres más dedicados y temerosos de Dios a
conquistar a Hai.” Tenemos que dar por sentado que se trataba de un grupo
especial y muy bien seleccionado de tres mil hombres los que subieron a tomar a
Hai. En ninguna parte se menciona que alguno de esos hombres estuviera viviendo
en pecado. Estaban dedicados del todo a adorar y a servir al Señor de todo
corazón.
Sigamos leyendo:
Y subieron allá del pueblo como tres mil
hombres, los cuales huyeron delante de los de Hai. Y los de Hai mataron de
ellos a unos treinta y seis hombres, y los siguieron desde la puerta hasta Sebarim, y los derrotaron en la bajada; por
lo cual el corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua. (Josué 7:4,5)
Treinta y seis hombres inocentes, temerosos
de Dios y servidores de El, fueron masacrados. ¿Por qué razón? ¿Es que habían
hecho algo malo? No. En ninguna parte de las Escrituras se dice que habían
pecado. No habían pecado, sino que estaban dedicados totalmente a servir al
Señor.
¡Josué y los líderes estaban estupefactos! No
podían comprender lo que estaba sucediendo. Después de la maravillosa victoria
lograda en Jericó, no podían creer lo que oían cuando regresó el maltratado y
derrotado ejército. ¡Dios les había prometido la victoria! ¿Es que había Él
traicionado su Palabra? ¿Había cambiado de parecer? ¡Eso sería inconcebible!
Entonces Josué rompió sus vestidos, y se
postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la
tarde, «Y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. Y Josué
dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para
entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Ojala nos
hubiéramos quedado al otro lado del Jordán! ¡Ay, Señor! ¿Qué diré, ya que
Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? Porque los cananeos y
todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro
nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre? (Josué 7:6-9)
Josué experimentó las mismas dudas y temores
que nosotros cuando viene alguna catástrofe a nuestra vida. Hizo lo mismo que
nosotros. Comenzó a llorar y a lamentarse ante el Señor al igual que nosotros.
Cuando algo anda mal en nuestra vida, ¿a quién culpamos en seguida? ¡A Dios,
por supuesto! “Oh Señor, ¿cómo pudiste permitir que me ocurriera esto?”
lloramos y nos lamentamos, al mismo tiempo que le pedimos a nuestro pastor y a
todos los demás en quienes podamos pensar, que oren por nosotros. Jamás nos
detenemos a pensar que el problema está en nosotros, no en Dios. “ojala nos
hubiéramos quedado al otro lado del Jordán!» (v. 7). ¿No es así como actuamos?
Nuestras primeras reacciones son la compasión de nosotros mismos y echar la
culpa a Dios. La raza humana no ha cambiado en lo más mínimo desde los tiempos
de Josué.
Note cómo le responde el Señor a
Josué:
Y
Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel
ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han
tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado
entre sus enseres. Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus
enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han
venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema
de en medio de vosotros. (Josué 7:10-12)
Había pecado en el campamento, y este le dio
a Satanás y a sus servidores el derecho legal de atacar y derrotar a los hijos
de Israel. Cuando desobedecemos a Dios, no sólo pecamos sino que también le
damos a Satanás el derecho legal de atacarnos. Por lo general no nos damos
cuenta de que hemos creído en un Dios que es absolutamente justo. No sólo es
justo con nosotros, su pueblo, sino también con Satanás y sus servidores. Por
lo tanto, si le damos a Satanás el derecho de agredimos, Dios no interferirá
Por esta razón es de vital importancia que
conozcamos la Palabra
de Dios, ya que si no la conocemos le daremos a Satanás y a sus servidores el
derecho legal de colocar maldiciones contra nuestra vida.
¿Con qué limpiará el joven su camino? Con
guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de
tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra
ti.
(Salmo
119:9-11)
Tremenda explicación, muy clara.
ResponderBorrartotalmente antiblico....no existe tal derecho legal....
ResponderBorrarPor supuesto que existe, juega a videojuegos, escucha rock, mira peliculas y series de miedo y sangrientas, y verás ruina en tu vida.
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